domingo, 18 de octubre de 2009

El muñeco de paja.

Hace algún tiempo cuentan los vecinos que habitan las faldas del volcán Poás en Costa Rica, la leyenda del espantapájaros.
Los niños que caminaban a la escuela siempre se detenían a observar aquel viejo muñeco, parecía que el viento se estaba robando su piel, los trozos de paja que lo constituían cada vez eran menos, estaba flaco y desteñido por el sol, el viento, la soledad y el abandono, pero lo más importante era que seguía en pie, ubicado en ese lugar nadie sabe porque razón, ya que en esa zona no hay cuervos que espantar decían los vecinos, por allá no se cultiva maíz, alimento favorito de los cuervos, nadie sabía quién colgó ese muñeco de paja en esa cerca blanca como la nieve, decían los campesinos que tenían años de estar por allá. El contraste entre la cerquita con puntitas de flecha en los bordes, y blanquísima, combinaba muy bien con los overoles azules de aquel espantapájaros.
Los niños que pasaban por allí todas las mañanas y tardes, lo miraban con lastima y un poquito de miedo, pero ni ellos ni nadie en el pueblo se atrevía a bajarlo del poste que estaba adherido a la cerquita, recién pintada, ese muñeco era intocable.
La cerca rodeaba una casita de madera, vieja pero bien cuidada, allí vivía una anciana a la que todos temían porque era una india, hija de un antiguo chamán de la zona de Talamanca, igual que el espantapájaros nadie supo nunca desde cuando ella dejó la cordillera para ir a vivir en las faldas del volcán. Muchos le temían a esta señora, se creía que era una bruja que adivinaba el futuro y hacía daño a la gente. Usaba siempre pañuelos de colores en su cabeza.
Un día llegó al pueblo una niña hija de la maestra nueva de la escuelita del volcán, era una chiquita preciosa tenía cabello rojizo y los ojos azules como el cielo en primavera, su mirada era profunda, hablaba por sí sola, ya que la pequeña era muy calladita, tenía alrededor de unos diez años, al igual que a la india, le gustaba usar pañuelos de colores en su cabeza, todas las mañanas cuando iba camino a la escuela, un poco más tarde que su madre, quien se adelantaba para llegar temprano además porque le desesperaba el silencio de su hija, la anciana se asomaba por la ventana para mirar a la niña, y siempre que la observaba salían lágrimas de sus ojos grises, hermosos, achinados grandes y cansados.
Mariza, que así se llamaba la niña, con el pasar de los días se sentía cada vez más sola, porque las compañeritas de la escuela no la querían porque era muy callada, era como taciturna. Un día cuando iba de regreso a su casa y como siempre sin su mamá, quien por estar trabajando no le prestaba mucha atención, se detuvo a mirar el muñeco de paja.
Le pareció que tenía una mirada de tan triste, sintió que era casi humano, entonces, ella se decidió a bajarlo de la cerca pero en ese instante, la india salió de su casa y prorrumpió un grito horroroso, Mariza sintió terror y salió huyendo.
A la mañana siguiente, el muñeco por primera vez en mucho tiempo no estaba en su lugar. Cuando la niña pasaba por el lugar sintió un alfiletero lastimando su corazón, muy decida se dispuso a caminar hacia la casa de la anciana, cuando llegó a la puerta se detuvo y prefirió cerciorarse de que nadie la observaba, entonces se asomó por la ventana y en una caja de madera, sin tapa, descubrió el sombrero del muñeco de paja, sintió como un nudo en la garganta y comenzó a pensar en la manera de entrar a la casita, y hurtar el muñeco, en ese mismo instante miró como un gato blanco manchado de café, salía por la puerta trasera, aunque esta era muy pequeña y estaba en la parte inferior de una pared, la pequeña se agachó, se deslizó por el hueco de esa puerta, primero asomó la cabeza, abriendo bien sus hermosos ojos para cerciorarse de que la famosa bruja no estuviera allí, vio que la habitación estaba vacía entonces entró, el lugar olía a café recién chorreado, a gallo pinto recién hecho y en la mesa había una canastita con tortillas caseras calientes, el ambiente era muy apetitoso y cálido para ser la guarida de una bruja, pensó la niña del pañuelo en su cabeza, además unas macetas con flores adornaban la estancia que estaba limpia y ordenada.
Mariza arribó hasta la caja de madera y tomó al muñeco quien tenía unos ojos grandes, alargados y negros, muy negros como el café tinto, esos ojos tienen vida pensó la niña y volvió a sentir ese miedo, igual al que sintió, cuando el día anterior la india gritó.
La india salió de la habitación contigua y con suavidad puso su mano oscura, surcada de arrugas, con uñas muy blancas y bien recortadas en el hombro de la niña. La niña brincó y emitió un suspiro casi sordo.
- Ese muñeco tiene historia- le mencionó con voz muy cálida la señora, Mariza comprendió que aquella mujer poco tenía de bruja malvada, la niña la miró inocentemente, sin saber que hacer entonces la anciana le dijo que estaba muy sola, que un poco de compañía no le vendría mal,-¿quiere que le cuente la historia de este muñeco?, le preguntó a la pequeña y esta asintió con un gesto de cabeza, de nuevo sin decir palabra.
La señora miró a la visita con curiosidad, sintió nostalgia al ver que se parecían en muchas cosas, no solo por los pañuelos. Y entonces recordó el pasado.
Hace muchos años, yo conocí a un hombre muy bueno y trabajador, era un ingeniero que diseñó, muchas represas en el país, le dio con su dedicación y empeño, muchísimos aportes Costa Rica, un día cuando la represa más grande estuvo terminada, él sintió que su misión estaba cumplida y sintió ganas de dejar su cuerpo físico. Estaba cansado.
Ya era un poco mayor pero joven aun, tal vez tenía alrededor de cuarenta años. Él vino a mí, -relataba la anciana- para pedirme un consejo o una bebida de hierbas que lo reanimara y le diera fuerza para continuar con su vida, aunque sentía que su misión estaba cumplida, solo una cosa le quedaba por hacer pero nunca se animo decía él.
Yo le ofrecí que se quedara por las montañas para que se encontrara a sí mismo y pudiera concluir con su misión, él aceptó muy complacido, así poco a poco se fue ambientado y cambió su casco de ingeniero por un sombrero de paja y de ala ancha, y cambió su linterna grade y cegadora para adentrarse en los oscuros puentes, por unos overoles azules y una camisa de franela. Se sentía muy bien en ese lugar poco a poco fue olvidando sus recuerdos y reinventándose otros.
Lo único que guardó del pasado era su reloj de arena, que día a día observaba con nostalgia, pero una nostalgia dulce y serena.
Los niños empezaron a llamarlo el muñeco de paja, es que parecía con ese traje y sombrero un espantapájaros, todos los indígenas lo empezaron a querer mucho a pesar de que él en algún momento cuando construyó las represas, indirectamente fue el responsable de la desaparición de muchos nativos del lugar. Sin embargo él siempre fue un hombre noble y le encantaba hacer sentir bien a la gente. Tenía un don especial, el don de la palabra, en ese momento Mariza bajo la mirada y un halito de tristeza nublo su rostro.
-¿Usted no puede hablar verdad?- le preguntó la india, los ojos a la niña se le aguaron.
Pues deje que le terminé de contar la historia de este muñeco y entenderá muchas cosas, quizá hasta aprenda a hablar pequeña- le respondió la anciana.
Este joven disfrutaba enormemente contar historias, en aquellas montañas de Talamanca, pudo ser y hacer con plena libertad de su yo interior lo que siempre deseo pero, anteriormente nunca tuvo tiempo por la rutina, el ajetreo diario.
A grandes y adultos les encantaba que él les contara sus cuentos, todos le comenzaron a llamar “el tío Leito cuenta cuentos”.
Cada noche alrededor de una fogata, comiendo malvaviscos, y mirando las estrellas el tío Leito, narraba sus cuentitos con una habilidad para atrapar la atención de las personas impresionante, era muy pausado para hilar las ideas, esa serenidad para contar, era encantadora y contagiosa, lo que más llamaba la atención de todos era que muchas de las historias eran reales, como la del espíritu nocturno que una noche vino a buscarlo y la de la viejita enferma del hospital, a quien ayuda de una manera impresionante, muy sublime, heroica y jocosa para todos los que escuchaban el cuento de la señora y la vasenilla, historia que recorrió el mundo.
Pero una noche de luna llena, algo inexplicable sucedió y se convirtió en leyenda no solo el cuento sino el cuentista también.
Esa noche tío Leito, contó una historia sobre su vida, “las zonas grises” le llamaba él. Luego cuando terminó de narrarla sintió un fuerte dolor de cabeza todos los oyentes sintieron ganas de llorar, y el cuentista agachó la cabeza y la cubrió con sus palmas abiertas, sintió como si el fuego le quemara la piel, el rostro lo sintió más pesado de lo normal, como si fuera de vidrio, o de plástico, pero evidentemente ya no era de carne, miró de reojo sus brazos todavía con el rostro cubierto y se asustó pero, instintivamente de inmediato se tocó, su piel era de paja, y sus pies quedaron adheridos al suelo no podía moverse, su rostro se tornó blanco, parecía de porcelana, sus mejillas se tiñeron de rosa, el negro de sus ojos adquirió un brillo fantástico y sus labios se pintaron rojos como el carmín, era inevitable su historia lo convirtió en un muñeco de paja, pero su corazón seguía latiendo y sus palabras no habían muerto. De momento sintió espanto en su interior, un miedo profundo, ese cambio de aspecto, era como si realmente hubiera muerto, no comprendía lo que sucedía, se sintió morir, lo único que lo alimentaba eran las historias que día a día prosiguió contado, parecía que lo que le estaba sucediendo todos lo comprendían menos él y por más que preguntó, la india ni nadie le dio respuesta.
Hasta el día en que tuvieron que huir él y la india no dejó de narrar historias para mantenerse con vida, fue entonces cuando tuvieron que buscar un lugar donde habitar y así eligieron las faldas del volcán.
-Si uno no habla y expresa lo que siente en el momento justo y a quién corresponde, después uno se seca niña-, le dijo la anciana a Mariza.
Este hombre -y señaló al muñeco- se secó, cuando intentó hablar fue tarde, ahora él quiere darte un regalo, porque me dice que quiere descansar en paz, pero estaba esperando a la persona correcta para entregarle su don y así poder liberarse y surcar los cielos.
Esa es la razón por la que me pidió, cuando llegamos acá que lo colgara de la cerca, así desde allí podría mirar y elegir a la persona justa para entregarle su don, no le importó sacrificarse y día a día secarse más y más por dentro y por fuera, estuvo en esa cerca muchos años, observando todo y a todos, hasta que usted llegó al pueblo.
De repente polvo de estrellas de plata, amarillas, verdes, rojas, azules y moradas inundó la habitación, de la caja salió el muñeco con mucha dificultad para acomodarse y hacer lo que hace años deseaba: ¡hablar!
Mariza se acercó, él la abrazó y ella respiró el olor dulce del perfume que emanaba del muñeco de paja. El tío Leito, regresó a su estado humano por unos minutos mientras le decía a Mariza: te entregó el don más preciado para mí: el don de la voz y la palabra, delicadamente entre abrió los labios y como hilos de miel sus palabras danzantes, habitaron el cuerpo y alma de Mariza.
En ese instante se entre abrió la puerta de la casa y la mamá de Mariza entró y la abrazó, se sorprendió cuando la niña habló para decirle que estaba bien, la madre de la pequeña se asombró tanto, realmente en su rostro se dibujo la duda y la incertidumbre de lo sucedido, Mariza tenía cinco años de vivir en silencio.
En una silla estaba dormida la india y en la caja de madera, solo quedo un puño de paja, ambas madre e hija abandonaron con mucha prisa aquella casa.
Después de ese día nadie volvió a ver ni a la india y tampoco al muñeco de paja. Se convirtieron en la leyenda del lugar.

Todo aquel ser humano que se traga las palabras, poco a poco va perdiendo la voz, hasta secarse por dentro.
No debemos permitir que nadie nos robe la voz jamás, ni tampoco podemos tragarnos siempre las tristezas, soledades y alegrías es necesario a veces compartirlas con alguien, para no secarnos por dentro.
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