martes, 12 de enero de 2010

El Sembrador de Rosas.

¡El sembrador de Rosas!
Por Daharma.
Hace muchos años cuenta la leyenda, que en un pueblo muy lejano la gente vivía muy triste, cada uno en su casa, sin hablar con nadie ni compartir, cada familia cultivaba su propia comida, se hablaban muy poco los unos a los otros y se pasaban las horas cuidando la tierra, para poder sobrevivir, eran además incapaces de sonreír, no tenían motivo alguno para hacerlo y aparte no sabían lo que era , hacía mucho tiempo habían olvidado su significado y ninguno tenía el más mínimo interés de volver a sonreír, las sonrisas para ellos traían dolor, porque eran símbolo de una época que ya no volvería, luego de la tragedia que sucedió años atrás, todos secaron su corazón, olvidaron la felicidad, ya ni la palabra sabían escribir.
Era triste visitar ese pueblo, porque el ambiente de soledad invadía el corazón de todos los que arribaban al lugar, era sombrío, lóbrego, la tierra estaba seca, los cuerpos de la gente famélicos y eso sí había algo muy peculiar en cada uno de ellos, desde el más pequeño hasta el más grande en su cuello llevaba colgado una especie de diamante, con un pequeño cerrojo, la llave cada uno la debía esconder muy bien, pero desde la época de la tragedia ninguno se atrevía a abrir sus diamantes.
Todos en ese pueblo, al parecer en algún momento eran una familia, pero un día sucedió una catástrofe y comenzaron a vivir como completos extraños, los niños y los jóvenes eran los más afectados, primero porque esos terrenos ahora secos y desteñidos por el sol, en otro época fueron inmensas sabanas cubiertas de flores, ahora los párvulos no tenían donde jugar y divertirse, segundo porque no tenían con quién, ahora sus parientes les prohibían reunirse entre sí para vivir las aventuras propias de la infancia y juventud, como charlar, tocar la guitarra, jugar a las escondidillas, trepar a un árbol y hartarse de guayabas maduras, hacer una fogata o correr descalzos sintiendo el calor de la hierba entre los dedos y el aire fresco en la mejilla, volar una cometa para imaginar que se elevan con ella.

Por causa de la tragedia ahora la familia estaba dividida y la situación en el pueblo se tornaba cada vez más difícil, reinaba una sequía al parecer infinita, cada quien sobrevivía como podía, algunos se pasaban los días intentando que sus hortalizas prosperarán para poder vender los productos al mercado central, de no ser así preferían morir de hambre antes que pedir ayuda al vecino, sumaban siete familias las que habitaban el pueblo, más la casa grande donde vivía la abuela, algunos vecinos tenían una vaca escurrida, la ordeñaban todos los días pero más que leche daba preocupación y hambre, el animal también estaba seco, no tenía forraje para comer, solo uno que otro trébol de cuatro hojas, vaya esperanza.
La aridez era total, los animales la tierra, las personas estaban secas, solo quedaba una esperanza, abrir los diamantes ,pero desgraciadamente muchos después de la tragedia abandonaron la llave en cualquier parte y se juraron a sí mismos no volver abrir sus diamantes, significativo era que los niños y jóvenes si guardaron las llaves con mucho cuidado, en un lugar seguro, algunas veces los jóvenes primos como no se guardaban rencor a diferencia de sus parientes adultos, a través de las cercas que separaban sus propiedades, intercambiaban los diamantes y los abrían en la oscuridad, era una forma de comunicación secreta, nadie que no fuera habitante de ese pueblo olvidado en la soledad, sabía que guardaban los diamantes.
Muchos forasteros llegaron al pueblo e intentaron robarlos, en especial uno que intentó enamorar a una de las jóvenes del pueblo, finalmente lo consiguió hasta el extremo de casarse con ella, para así poco a poco ir despojando, con sus artimañas, a todos de sus posesiones más valiosas, los diamantes.
Posterior a la tragedia para este forastero, fue más sencillo acercarse al propietario con más poder, si en ese momento a un poco de riqueza se le podía llamar poder. Este vecino tenía unos gramos más de posesiones materiales que los demás vecinos, porque utilizaba al forastero ahora viudo, como carnada para robarles a los demás habitantes lo poco que tenían, después de la devastadora sequía.
Este habitante con paupérrimo poder, fue el primero en abandonar la llave, pensaba incluso tomar ventaja de la devastadora sequía, para su propio beneficio, al forastero solo lo estaba utilizando, ya que él sabía bien que había asesinado a su hermana, pensaba desterrarlo apenas cumpliera su objetivo: robar los diamantes de todo el pueblo y marcharse con ellos, aun no había podido robar ninguno, cada quien en el pueblo dormía con un ojo abierto y otro cerrado, protegiendo su única posesión de valía.
La abuela madre de cada uno de los siete integrantes del pueblo que en medio de la sequía, construyeron una cerca de hierro alrededor de sus propiedades, antes fueron vallas de césped, pero la hermosura semejante a un jardín del Edén había quedado atrás, decidió enviar a uno de sus hijos fuera del pueblo, a buscar tan solo una naciente, sabía que esta era su salvación para acabar con la sequía del pueblo, encontrar agua. Su hijo partió entonces por orden de su madre, estuvo lejos alrededor de un mes. Una noche uno de los niños que jugaba a hacer una fogata, percibió a un caballo relinchar, siguió el sonido y finalmente luego de avanzar unos cuantos pasos, lo halló, por causa del sudor su pelambre caoba brillaba, el animal respiraba agitadamente, el niño lo acarició con la tímida intención de apaciguarlo.
El caballo, tenía sed, pero la escases de agua era tal que le pequeño solo pudo ofrecerle un ramo de tréboles, sin embargo agradecido se conformó con estos, sus grandes ojos penetraron la mirada de aquel niño, quien de inmediato recordó el día de la tragedia, ahora el payo se sentía solo, sin dueño.
El pequeño escuchó un quejido agónico que lo sacó de su mutismo, cerca de allí diviso un bulto, cautelosamente se acercó, era un forastero, el niño pensó –otro forastero, otro problema-la sequía nunca acabará.
El hombre parecía inconsciente, al niño le llamó la atención que de su cuello pendía un saquito, cuando se disponía a arrancarlo, se escuchó el grito de uno de sus tíos- largo de aquí-, el niño corrió hacia su casa a contar todo a sus padres.
A la mañana siguiente el viejo estaba más repuesto, el joven se lo había llevado a la abuela es decir a su madre para que lo sanara con algunas infusiones, él le comentó,- madre no encontré ninguna naciente, en el mes que estuve ausente, en su lugar lo que hallé fue a este miserable que dice llamarse “el sembrador de semillas de…”, pienso que sabe trabajar la tierra, quizás nos sea de utilidad, aunque ahora está muy cansado me parece-.
Las infusiones le devolvieron las fuerzas al sembrador, estuvo hospedado en la casa de la abuela por varias semanas, fue una gran compañía para ella quien después de la tragedia, había quedado sola y para colmo soportando el rechazo de algunos de sus hijos.
El forastero se enteró de la tragedia, la abuela le contó, ahora él le ofreció sembrar en los terrenos del pueblo pero para la abuela no fue buena idea, le comentó que los extranjeros en el pueblo no eran bien recibidos y le advirtió que muchos vecinos lo tratarían con soberbia y desprecio. Pero él le advirtió también que los niños y jóvenes eran almas bondadosas, llegaría a cada propiedad a través de ellos, la abuela le recordó que no había suficiente agua para regar los campos una vez esparcidas las semillas y hacía mil días que no llovía.
El sembrador de semillas le recordó:- los diamantes, deben abrirlos-.
La abuela lo previno diciéndole que no estaban las llaves, ella misma perdió la propia. Le preguntó al forastero que tipo de semillas llevaba en el saco que pendía de su pecho, le respondió: -cuando sea el tiempo de abrir los diamantes lo sabrás-.
El hombre quedó admirado al ver como la abuela era tan olvidadiza, lo había olvidado, no recordaba que él estuvo en ese pueblo hace mucho tiempo, en los tiempos de bonanza, antes de la tragedia, cuando la tierra cubierta por matas de café, olía a riqueza, poder, gloria y todos vivían satisfechos, sin soberbia, orgullo y prepotencia.
Esta vez como la primera, el forastero llegó al pueblo por casualidad.
Lo único que le quedaba a los habitantes del pueblo luego de la bonanza cafetalera del abuelo, eran los diamantes por eso ninguno se despojaba de él aunque si de la llave, porque todos y cada uno habían perdido la esperanza y estaban convencidos de que la sequía sería eterna, ya llevaban mil días, parecía más bien una maldición.
Vivir en medio de la escases, generaba a los habitantes del pueblo impotencia, miedo pero ninguno hacía por donde abrir los diamantes, sabían que esa era la solución, pero también implicaba renuncia, porque una vez abiertos ellos desaparecerían y era el único símbolo de poder y riqueza que les quedaba, claro estaban ciegos, porque no sabían que esa no era la verdadera riqueza y quizá por esa razón apareció allí el sembrador, para redimir a un pueblo seco por la avaricia.
El viejo, sabía muy bien el plan que iba a ejecutar, estratégicamente claro está, sabía que probablemente no todos los habitantes del pueblo lo iban a resistir y de nuevo habría sangre y tragedia, pero solo así se acabaría la sequía y las almas inocentes no debían pagar los errores de un pasado que no les pertenecía.
El sembrador escuchó el gorjeo de una lora salvaje que volaba por el lugar sin ánimo preciso de anidar allí, la vio, era de un color verde intenso, el hombre pensó- símbolo de la esperanza- contrastaba con el color marrón de la sequía, de inmediato pensó:- hoy es la noche, así se hará-.
Reunió a los niños y jóvenes de todo el pueblo para explicarles lo que estaba por ocurrir y también para que los niños le ayudaran a esparcir las semillas.
El sembrador encendió una fogata, se sentó como lo suele hacer un indio, en medio del círculo los niños y jóvenes: todos eran primos, formaban la circunferencia, en total eran 19. El sembrador de semillas sacó un puro, el olor exquisito, se difuminó por el lugar, les hizo ver a los allí presentes que era el último que le quedaba y el único que el abuelo LC, le dejó antes de morir, para que lo encendiera solo antes del renacer del pueblo, luego de la sequía todos quedaron extasiados observando la nube que se formó cuando el sembrador encendió el puro además la exquisitez de ese olor, lograba el delirio en cualquiera.
Esa nube fue como una película interminablemente dolorosa de la tragedia y los días que le siguieron hasta la época de la sequía.
Lo primero que todos los nietos divisaron en la nube de humo fue la puertita de cedazo, adornada con un techo de teja, que daba a un riachuelo quien ahora solo constituía un lodazal, por ese umbral salió el abuelo, vencido y agotada su aventura, en el féretro de madera, luego de sufrir una terrible agonía con sus ojos vidriosos perdidos ya en la nada y su cuerpo ahogándose en sangre, luego de esa imagen las demás fueron difusas, el humo se tornó turbio, se divisaban personas discutiendo, vociferando, lastimándose y dividiendo sus propiedades con cercas de hierro, luego de leído el testamento, finalmente antes de que el humo se disipara por completo, se dibujaron los mil días de sequía en medio del humo.
Todo quedó en silencio, el sembrador por primera vez repartió el contenido del saquito y les explicó que luego de regar las semillas, debían convencer al pueblo de abrir los diamantes, para la resurrección familiar.
Pero también los alertó sobre las distintas reacciones que podían tener algunos, incluso los podían conducir a la muerte, pero no existen nuevas oportunidades sin renuncia y sacrificio y así sucedió en ese lugar olvidado después de mil días de sequía y de que el abuelo muriera.
El pacto alrededor de la fogata quedó sellado por esa generación inocente, se tomaron de las manos respiraron profundo, el olor del humo casi extinto, abrieron sus ojos y observaron el verde intenso del ave pasar de nuevo como un reflejo de luz segador, mensajero de la esperanza.
Tomaron cada uno la llave y abrieron los diamantes, estas servían para abrir todos los diamantes, también los de aquellos que hubieran perdido la llave; de las joyas salió un olor a rosas que antojaba comerlas y de repente una lluvia de pétalos de rosa los cubrió, así esa generación quedó unida, sellada por el amor fraternal, la tolerancia, la paciencia, y la templanza para unir al resto de la familia antes de que la lluvia de pétalos de rosa cesara y diera paso al agua, debían correr y apresurarse a abrir los diamantes, o al menos intentar convencer a los demás para que procedieran.
Cuando el primero de los vecinos fue convencido de abrirlo y observar sobre si, una lluvia de luz y pétalos de rosa lo envolvía, los demás asombrados automáticamente lo hicieron también y fueron cubiertos por la armonía, el aroma que bullían de los pétalos, así la tierra se cubría de semillas, estas florecieron.
Una alfombra de rosas cubrió el pueblo, pero cuando el habitante del lugar que estaba aliado al forastero, intentó abrir su diamante y esperar que de él brotaran los pétalos para encontrar la paz como los demás, sucedió que logró abrirlo pero no solo, necesito ayuda de los demás, este hombre prepotente, arrogante, ávido de poder por primera vez requirió de ayuda pero fue demasiado tarde para volverse humilde, dentro de su diamante no habían más que pétalos de rosa marchitos, secos como esos que guardan las enamoradas en las páginas de un libro como recuerdo.
El forastero ladrón, viudo y amigo del habitante que no corrió con la suerte de los demás para encontrar la paz, era alérgico al polen de las rosas, así que prefirió huir una vez que enterró, junto al cadáver de su mujer, a su fiel cuñado quien solamente lo utilizaba para robar los diamantes de sus hermanos y madre, creyendo encontrar en ellos fuente de riqueza y sin saber que lo único que encontraría serían pétalos de rosa. Una vez más la vida y sus ironías.
Todos en el pueblo sin saberlo cada vez que tenían actos de fe y de amor con el que estaba más cerca, hacían brotar pétalos de rosa, dentro de su diamante, pero este su hermano temerario, con cada acto de egoísmo y orgullo, marchitaba los pétalos de su diamante y sus propios actos cavaron su tumba.
El jardín de la casa de la abuela, se cubrió también de rosas.
El sembrador dio por cumplida su misión y el niño aquel, que lo descubrió por primera vez tendido en suelo del pueblo, montado en el caballo, lo acompañó hasta la salida del pueblo, empapados bajo la lluvia, el hombre se despidió del niño, este pequeño se llamaba Mariano en honor a la virgen María, le dio la mano al sembrador de rosas y luego lo perdió con la mirada, cuando tomó las riendas para retornar a su hogar, de su manita brotaban pétalos de rosa, él las miró y una sonrisa se dibujo en sus labios.
La familia volvió a sonreír.
Cuenta la leyenda que al pueblo llegó un enviado del cielo, para redimirlo del dolor, la soledad, la intranquilidad, el poder y la guerra sin causa; provocada tan solo por las ansias de victoria despótica e irracional, que a veces brota del corazón de los seres humanos y finalmente, cuando quieren respirar la paz que habita en un pétalo de rosa, es tarde por que les brota marchito.
Con todo mi cariño, para mis seres queridos.
Diciembre del 2010.

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